“En aquellos días Jesús vino de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y en seguida, mientras subía del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu descendía sobre él como paloma. Y vino una voz desde el cielo: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.» (Marcos 1, 10-11)
Jesús –escondido desde su nacimiento entre los hombres, como preveía la tradición judía en referencia a la venida del Mesías- en el bautismo, reconocido por Juan, se revela públicamente por primera vez ante el pueblo.
En un himno de la fiesta ortodoxa del Bautismo Jesús dice a Juan: “Profeta ven a bautizarme… tengo prisa por hacer morir al enemigo escondido en las aguas, el príncipe de las tinieblas, para liberar el mundo de sus redes donándoles la vida eterna”; por eso Jesús entra en el Jordán, imagen de su sepultura. De hecho las aguas no santificadas, que recuerdan la muerte del diluvio, son llamadas “sepulcro fluido”.Jesús, entrando en el Jordán, imagen de su sepultura, ya vive su pasión y su “bautismo” en la cruz. San Juan Crisóstomo comenta: “La inmersión y la emersión son imagen del descenso a los infiernos y de la Resurrección”.
Cristo con su mano derecha bendice las aguas trasformándolas de aguas de muerte en aguas de vida, para que todo hombre bautizado en ellas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo pueda ser reengendrado a la vida nueva.
La paloma aleteaba sobre las aguas como el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas del caos primordial, símbolo de la muerte; también la paloma sale del arca buscando una tierra donde descansar después del diluvio: esa nueva tierra es Jesús, “el cordero de Dios” que viene a hacer la voluntad del Padre.
El árbol con el hacha es imagen del ministerio profético por el cual el Bautista anuncia la llamada a conversión, es el cumplimiento de la palabra evangélica: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no de buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3, 10).
Los Ángeles son como diáconos en el servicio litúrgico del Bautismo, prontos para secar y revestir al bautizado. Por eso tienen en sus manos el vestido de Cristo.